A los españoles no parecen gustarnos los términos medios, especialmente en cuestiones de amor y odio. Bienvenido Míster Chaplin. La americanización del ocio y de la cultura en la España de Entreguerras (Taurus), de Juan Francisco Fuentes -un ensayo lejos de los cánones historiográficos al uso-, da cuenta de cómo el enemigo yanqui pasó a convertirse en modelo de civilización. A lo largo de sus más de 400 páginas, el historiador documenta la evolución del antiamericanismo noventayochista al abrazo de la cultura de masas que encabezó el cine y especialmente la figura de Charlot, el vagabundo que se convirtió en un icono del siglo XX.
La frase de Ortega y Gasset: «España era el problema y Europa la solución» fue uno de los puntos de partida para analizar el Desastre del 98 y sus causas políticas. La consigna en ese momento de derrota fue la modernidad y la voluntad de dar un salto hacia delante que pusiera a la sociedad española a la altura de los tiempos. El modelo lógico parecía la Europa desarrollada y muy pocos se plantearon entonces que pudiera ser Estados Unidos el catalizador de la modernización tras su intromisión en el conflicto cubano.
Historia y cultura parecen fundirse en este riguroso y ameno ensayo en el que se saca mucho partido a la hemeroteca. Las crónicas de la guerra de Cuba llamaban la atención sobre el hecho de que los soldados españoles carecían de todo, mientras que los yanquis tenían en sus campamentos «hasta refrescos con hielo». Podía parecer, se leía en algunos medios, un lujo absurdo propio de «una raza afeminada», pero esas comodidades de la vida moderna, típicamente americana, también servían para ganar guerras. Así que, tras la lluvia de insultos en los que predominaban lindezas del tipo «tocineros» y «mercachifles», el estado de opinión cambió de manera radical y abrió paso a una cultura popular que llegaba desde el otro lado del Atlántico. El desarrollo urbano, sostiene Fuentes, ayudó a la creación de una incipiente sociedad de masas consumidora de nuevas formas de ocio y entretenimiento. Las manifestaciones eran todavía modestas, pero Barcelona, que era la tercera ciudad con más cines del mundo -solo superada por Nueva York y Berlín- ya apuntaba maneras.
¿Cómo sería el nuevo siglo? Se pregunta el historiador. La consigna sonaba como el equivalente a una internacional del entretenimiento: «Proletarios de todos los países: ¡divertíos!». Con sus películas, canciones, cómics, imágenes de rascacielos y fotografías de actores norteamericanos viajaba un estilo de vida que se convirtió en un modelo para todas las clases sociales. El mensaje se entendía como una invitación a participar en una moral hedonista que oponía la diversión y la sexualidad a las penurias cotidianas.
Al comienzo de la Gran Guerra (1914) la industria del entretenimiento se encontraba en su momento crucial. La avanzadilla llegó con el cine. La Paramount y la Universal ya trabajaban en Los Ángeles y la presencia de realizadores, actores y guionistas consolidó Hollywood como epicentro de una industria en auge. En 1915 se estrenó El nacimiento de una nación de D. W. Griffith, considerada el primer gran clásico de la historia del cine. Dos años antes, había aterrizado Charles Chaplin en Los Ángeles y empezó a trabajar en sus primeras películas. En Kid Auto Races ya aparecía con la indumentaria y gestualidad que lo convertirían en un icono mundial.
Furor por Charlot
Más que el wéstern, Charlot causaba furor desde el estreno de sus películas en 1915. Fue sin duda la avanzadilla de la americanización del entretenimiento. El nombre del personaje eclipsó al autor. «En diciembre de ese año, las salas no daban abasto. Los cines Apolo, Romea y Olympia de Valencia llegaron a tener varias obras suyas en cartel al mismo tiempo. El personaje -o la marca- daba para revistas, espectáculos taurinos, parodias, películas de imitación…». De las migajas de Charlot vivían incluso sus imitadores, especialmente Cardo, un argentino (decía que era inglés) llamado Héctor Quintanilla.
El estallido de la Gran Guerra favoreció esa difusión animada por la alianza angloamericana, pero en España ya contábamos con un público aficionado a sus géneros y actores. Hubo momentos de clara euforia y otros de ralentización. Finalizada la guerra y tras firmarse la paz en Versalles, EE.UU. inició un rápido repliegue hacia el aislacionismo. También Rusia quedó fuera del nuevo sistema de gobernanza mundial adoptado por los antiguos aliados, «el primero voluntariamente y el segundo por el vacío que las principales potencias le hicieron a un estado en el que veían una amenaza a su seguridad». La competencia entre ambos fue despiadada. El ensayo de Fuentes, con casi 80 páginas de fuentes bibliográficas, apunta que fue un escritor soviético, Iliá Ehrenburg, el que bautizó Hollywood como «la fábrica de sueños», en un libro entre crítico y admirativo, publicado en 1931.
Pese al repliegue ya no había marcha atrás porque con los soldados norteamericanos desembarcó un estilo de vida que iba a marcar el siglo XX: la civilización del automóvil, la prevalencia de la lengua inglesa, la música y los bailes como el charlestón. Se hicieron populares las novelas de Zane Grey, célebre por sus novelas del Oeste, y la Coca-Cola, «consumida en bares, piscinas y dancings por la juventud elegante», según una información de La Vanguardia. Es el momento en que el jazz y las orquestas comienzan a sonar y se abren las primeras barras americanas donde se expendían cócteles que consumían señoras, aupadas en taburetes que dejaban todo al descubierto. El precursor en Madrid fue Chicote, cuya coctelería, inaugurada en 1931, permanece abierta a día de hoy, en la Gran Vía, en cuya calle se levantaron, al modo de la Quinta Avenida, los primeros rascacielos como el Palacio de la prensa o el edificio de Telefónica.
La lista de nuevas edificaciones prosiguió imparable y coincidió con el gran cambio histórico que supuso el final de la monarquía, la llegada de la II República y el paso del cine mudo al sonoro. A la cabeza en cuanto avances se mantenía el cine. Entre 1925 y 1930 las salas de proyección pasaron de 1.818 a 4.338; las más recientes con equipos de sonido y estilo art decó. Los estrenos se sucedían a un ritmo trepidante. Musicales, dibujos animados, Buster Keaton, los hermanos Marx. Maurice Chevalier y la pareja cómica Laurel y Hardy protagonizan la migración al mundo sonoro. Las nuevas producciones de Chaplin tenían poco que ver con las charlotadas de antaño. La quimera del oro (1925) fue un anticipo del giro al melodrama. A partir de 1933, con el éxodo de intelectuales y cineastas alemanes y centroeuropeos que huían del nazismo, la tendencia a la europeización de la cultura estadounidense se acelera. Entre los españoles brillaban Xavier Cugat y el escritor Edgar Neville. La fascinación entre los jóvenes fue crucial: «Yo nací con el cine», contó Rafael Alberti en su Arboleda perdida.
Automóviles y teléfonos
El hechizo por el Nuevo Mundo fue aplaudido también por los viajeros, emigrantes e intelectuales que cruzaron el Atlántico, animados por las oportunidades que ofrecía el país. Bienvenido Míster Chaplin subraya el éxito incuestionable en ese país de Vicente Blasco Ibáñez. Su primera novela, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, se convirtió en un éxito al que se sumó la multiplicación de sus ingresos por la comercialización de la obra en forma de pisapapeles o corbatas. El autor valenciano y el pintor Sorolla eran los españoles más famosos del momento.
Pese a los notables avances en la España urbana (el analfabetismo bajó 11 puntos y la población activa dedicada a los servicios y la industria superó por primera vez a la ocupada en el sector primario) el problema institucional que arrastraba España desde 1917 parecía no tener arreglo. «Políticamente los años veinte fue una década pérdida. Empezaron bajo la agonía canovista y terminaron con el hundimiento de la dictadura de Primo de Rivera, en la que muchos, incluido el Rey, vieron como una panacea», aclara Fuentes. Sin embargo, la vida nacional parecía ajena a la política. La venta de automóviles se multiplicó por cinco y el número de teléfonos otro tanto. En estos dos sectores tenía un peso específico el capital norteamericano.
«El mundo se hunde y nosotros nos enamoramos». La frase de Ilsa a Rick en Casablanca, cuando los alemanes entran en París, podría aplicarse a la España de 1931, «un país que se enamora de la democracia cuando Europa se llena de dictaduras. La Segunda República emerge como una excepción democrática ante la tendencia totalitaria que comenzó con la llegada de Mussolini al poder en Italia en 1922, o incluso antes, con el triunfo del comunismo en Rusia en 1917, y que se agudizó con el crac del 1929 y la Gran Depresión». Tras las elecciones de febrero y en medio de un clima de violencia política que se compara con el gansterismo político -incluido el asesinato de Calvo Sotelo a manos de guardias de asalto-, la figura de Charlot seguía entusiasmando a espectadores y críticos de todos los periódicos. «Y no era fácil que algo o alguien pudiera unir al país en aquellas circunstancias. Cuatro meses antes del estallido de la Guerra Civil, el estreno de Tiempos modernos provocó una reacción unánime. Que Madrid fuera la tercera ciudad del mundo en la que se estrenó, tras Nueva York y Londres, da una idea de la popularidad del actor».
La llegada de la dictadura franquista cambiaría hasta el uso del cine; la censura masacró películas como Mogambo. Hasta Chaplin sufrió los rigores franquistas: la incompatibilidad del régimen con Hollywood tocó techo con El gran dictador (1940) que no pudo estrenarse hasta 1976, meses después de la muerte de Franco. Qué diferencia entre los felices veinte y lo que vino después.