Mentira, engaño, embustero, falso, cinismo, hipocresía, doble rasero, cambios de posición… son palabras que han dominado la conversación de los españoles durante el año que ahora acaba. El presidente del Gobierno Pedro Sánchez la emplea con tal profusión –motivos de la ley de amnistía, pacto con Bildu en la alcaldía de Pamplona, autor de un libro que no ha escrito, por citar solo las de las últimas semanas- así como sus socios –el pasado mítico de los nacionalistas, la contribución de Bildu, «partido progresista», a la lucha contra ETA, la maniquea memoria democrática, el inminente apocalipsis climático, los falsos discontinuos, el decrecimiento como panacea, la meritocracia como reaccionaria…- que la mentira se ha normalizado hasta el punto de convertirse en un elemento central de la política española con devastadores efectos sobre la moral pública. Parafraseando a Juan Benet en Otoño en Madrid hacia 1950, refiriéndose al franquismo, han conseguido que «nada merezca respeto».
La mentira con arma política es tan antigua como la historia. Escritores y filósofos han analizado a lo largo de los siglos la relación de la mentira con el poder y descrito cómo el odio, el narcisismo, la arrogancia, el cinismo, el oportunismo y el desprecio por todo cuanto se interpone en su camino, empezando por las leyes, animan a quienes ambicionan el dominio absoluto.
Un panfleto publicado en Amsterdam en 1733, en traducción francesa con la firma de Jonathan Swift, se llama precisamente El arte de la mentira política y sus ideas siguen plenamente vigentes. La mentira política, dice, «es el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables y hacerlo a buen fin», y añade a continuación: «Se requiere más arte para convencer al pueblo de una verdad saludable que para hacer creer y aceptar una falsedad saludable». Y para él éxito del proyecto, el opúsculo atribuido al autor de Los viajes de Gulliver, propone la creación de una «sociedad de mentirosos», es decir, una legión de crédulos dedicados en exclusiva a difundir y repetir las falsas noticias, porque «no hay hombre que propague mejor una mentira que el que se la cree».
«En regímenes totalitarios y dictaduras la mentira es un pilar esencial del sistema»
En un texto anterior, de 1712, publicado en The Examiner, Swift escribe que la mentira, convertida en «ángel de la guarda del partido en el poder», es una «diosa que vuela por los aires armada con un enorme espejo con el que deslumbra al gentío al hacer ver, según mueva el espejo, la ruina en su provecho y su provecho en la ruina». «La falsedad» –escribe más adelante- «vuela, mientras la verdad se arrastra tras ella, de suerte que cuando los hombres se desengañan, lo hacen un cuarto de hora tarde».
En regímenes totalitarios y dictaduras la mentira es un pilar esencial del sistema. Como escribió Hannah Arendt en La mentira en política (1971), «que algo sea verdad o mentira no importa cuando tu vida depende de que actúes como si creyeras que es verdadero; la verdad en la que se puede confiar desaparece totalmente de la vida pública y con ella el principal factor estabilizador en el inestable reino de los asuntos humanos». Son sistemas que se encargan de volver la cólera de las masas contra los escépticos y, por tanto, ese descubrimiento del engaño puede tardar décadas.
El franquismo, por ejemplo, logró instalar la idea durante años de que la astucia del dictador había evitado que España entrase en la Segunda Guerra Mundial como era el deseo de Hitler, cuando la realidad era justo al contrario como demostrarían los historiadores: el Fuhrer no tenía el menor interés en la raquítica aportación que podía ofrecer un país devastado por su propia guerra. También hizo creer que el despegue económico español se debía a su gestión cuando la verdad fue que su desastrosa política económica retrasó el desarrollo más de 20 años. Incluso trató de convencer a los españoles de que su idiosincrasia era incompatible con la democracia. Todo, como tantas otras cosas, se demostró falso.
«Cuanto más eficaz sea el embustero en su negación de la realidad más la empleará y mayor será su autoengaño»
En las democracias, la verdad resplandece mucho antes, en cuestión de meses, semanas o días. Por citar algunos casos que están en la memoria de todos: las armas de destrucción masiva que supuestamente poseía Sadam Husein con las que el presidente Bush justificó la guerra de Irak en 2003 y que nunca aparecieron, o la atribución a ETA por parte del Gobierno de Aznar de la matanza del 11-M. Más recientes aún son las mentiras propagadas por los partidarios de abandonar la Unión Europea en el referéndum del Brexit.
En los tiempos de Donald Trump, Boris Johnson, Pedro Sánchez y de las redes sociales la mentira es efímera y la revelación de la realidad instantánea, pero a la vez la difusión constante de «falsedades saludables» ha hecho más difícil la distinción entre una y otra, entre intoxicación e información. La política se ha vuelto comunicación y a la propaganda se le llama ahora relato. La falsedad deliberada y la mentira descarada toman prestadas cada vez más palabras del teatro como «escenarios» o «audiencias» para lograr sus fines políticos, y, como señala Arendt, cuanto más eficaz sea el embustero en su ocultamiento y negación de la realidad más la empleará y mayor será su autoengaño.
En 1951, en una entrevista aparecida en Le Progres de Lyon, Albert Camus advertía contra ese «ángel de la guardia» de algunos líderes políticos y sus «sociedades de mentirosos» con unas palabras que no se deben olvidar: «No se puede odiar sin mentir. (…) La importancia de la mentira proviene de que ninguna virtud puede aliarse con ella sin perecer. El privilegio de la mentira estriba en vencer siempre a quien pretende servirse de ella. Ninguna grandeza se ha fundado jamás sobre la mentira (…) La libertad no es decir lo que sea y multiplicar la prensa amarilla, ni instaurar la dictadura en nombre de una futura liberación. La libertad consiste sobre todo en no mentir. Allí donde la mentira prolifera, la tiranía se anuncia o se perpetúa».