En España se habla mucho de Franco, pero mal. El franquismo está presente en la discusión pública como una sombra siniestra e informe, como una presencia maligna e imprecisa. El nombre de Franco no es más que un arma arrojadiza de la que abusan los discursos perezosos. Tan poco se sabe de las crueldades de la dictadura, que nuestros antifranquistas del siglo XXI sienten la necesidad de inventar barbaries que nunca ocurrieron, como el caso de los bebés robados o el meritorio segundo puesto de España en número de desaparecidos después de Camboya. Pero qué sabemos, en realidad, de Francisco Franco y del régimen que encabezó hasta el día que murió en su cama. Irónicamente, la sobre representación de Franco en la conversación pública lo han convertido en un perfecto desconocido.
Por esto recomiendo la lectura de un ensayo reciente: Ni una, ni grande, ni libre. La dictadura franquista (Editorial Crítica). Su autor es Nicolás Sesma, historiador y profesor de la Universidad Grenoble Alpes (Francia). El libro maneja varias tesis interesantes, ninguna es un descubrimiento, pero todas son un recordatorio imprescindible. Sesma subraya, por ejemplo, que eso que llamamos franquismo no fue un proyecto unipersonal. Esa es la razón por la que reniega del término «franquismo» y se inclina por el sintagma «dictadura franquista». Una dictadura nunca es cosa de uno, y por más que sintamos la obligación moral, incluso el deseo, de personificar el mal, es importante recordar que toda dictadura responde a una responsabilidad colectiva.
«En contra de lo que pregonaba el nacionalismo aislacionista, España nunca caminó sola. La dictadura siempre avanzó en sintonía con la situación internacional»
Entre los responsables subsidiarios están los colaboradores de Franco. Y estos altos cargos, sobre todo a partir del giro que experimentó el Régimen tras la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, no era unos ignorantes. Franco se dejó asesorar, y lo asesoraron bien. Tampoco Franco era un botarate. La cultura popular ha retratado poco al dictador, pero en el imaginario colectivo figura como un militar bajito, con tripa y bigote, tan oportunista como inmovilista; cruel, pero corto de entendederas. Y esto último no era así. Y más nos vale, porque menospreciar a Franco implica menospreciar el antifranquismo.
Otro de los mitos que derriba Sesma es el famoso Spain is different. Resulta que España no era tan diferente: en Europa eran dictaduras Portugal, el Bloque del Este y Grecia a partir del 67. Y fuera de Europa, ya lo saben. Y los fenómenos que definieron el Occidente de los años 60 -el feminismo, la extensión de la educación superior o la secularización- también llegaron a España, aunque con cierto retraso. En contra de lo que orgullosamente pregonaba el nacionalismo aislacionista, España nunca caminó sola. La dictadura de Franco siempre avanzó en sintonía con la variable situación internacional, y así se convirtió, tras la Segunda Guerra Mundial, en un fuerte del perímetro defensivo de Estados Unidos. Por lo tanto, ni diferente, aislada, ni unipersonal. La dictadura de Franco es deudora de su tiempo y de millones de españoles que con su colaboración o su silencio la hicieron posible.