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Paul Preston: «La dictadura mantuvo la división entre los españoles para su supervivencia»

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Aunque el franquismo no sobrevivió a la muerte de Franco, no escasean los políticos que hoy tratan de alimentar el maleficio de la Guerra Civil: una crispación continua, propia de dos bandos irreconciliables. El error histórico del 36 ya fue resumido en 1980 por Julián Marías con una fórmula tan compleja como lo fue la propia contienda: «Los justamente vencidos; los injustamente vencedores». Gracias al consenso de la Transición, el país se reconcilió desde el pluralismo ideológico y cultural. Sin embargo, algunos han olvidado aquel examen de conciencia, y por desencanto o por un rencor artificial, convierten los hechos del pasado, una vez más, en arma arrojadiza. Que el franquismo aún tenga significado político en España es la prueba de esa obstinación. Quizá el auténtico problema sea más profundo. Lo dijo Chesterton, y nadie ha encontrado mejor manera de expresarlo: «Todas las comparaciones entre el pasado y el presente están falsificadas por el hecho de que hay un solo hoy mientras que hay muchos ayeres».

La confusión intencionada entre mitos, memoria y conocimiento histórico comporta otro riesgo: que ese clima enrarecido dificulte el trabajo de los historiadores. Le planteo esta duda a Paul Preston a propósito de El gran manipulador (Debate), una obra que el académico británico dedica, justamente, a la desmitificación de Franco. «No sé hasta qué punto los prejuicios de los lectores afectan a lo que hacen los historiadores serios», confiesa a THE OBJECTIVE. «Lo dudo. Si nos centramos precisamente en el tema de las atrocidades durante la Guerra Civil, yo mismo y otros muchos historiadores –como Santos Juliá, Julián Casanova, José Luis Ledesma, Javier Rodrigo, Julio Prada y muchísimos otros– hemos hecho un esfuerzo a la hora de ver los crímenes en ambos bandos, subrayando, por supuesto, las diferencias cuantitativas y cualitativas. Sin embargo, hay una masa ingente de trabajos realizada por personas que quieren reivindicar las experiencias de familiares o de pueblos. A veces, son muy importantes, pero tienen que ser utilizadas con cuidado. Luego hay obras que no pasan de ser propaganda, o que niegan o disminuyen el grado de las atrocidades, sobre todo las franquistas».

Portada del libro

En El gran manipulador, el veterano historiador regresa al personaje que se ha convertido en su especialidad desde que publicó Franco: Caudillo de España (1993). Este nuevo ensayo, cuya primera versión editó en 2008, se encuadra en el catálogo más divulgativo de Preston, y por consiguiente, lejos del aparato bibliográfico y la exhaustividad de aquella biografía que dedicó al dictador. 

«Franco fue muy ambicioso y, en aras de su ambición, desarrollaba habilidades de manipulador»

Esencialmente, el autor quiere argumentar que Franco siempre se enmascaró tras una sucesión de mitos y bulos, por lo general contradictorios con la realidad. Al estudiar ese culto a la personalidad del dictador, Preston critica su idealización como estratega militar y émulo del Cid, aliado fiable de Estados Unidos durante la Guerra Fría o artífice del desarrollismo económico. «Creo que el carácter de Franco se mantuvo igual durante toda su carrera, pero se ajustaba a ciertas influencias exteriores», dice. «O sea, fue muy ambicioso y, en aras de su ambición, desarrollaba habilidades de manipulador. Esto se notó primero en las exageraciones de su hoja de servicios para conseguir ascensos en la guerra de África. Luego fue acentuado por su matrimonio con Carmen Polo, quien alentó su ambición». 

Paul Preston | Ione Saizar

En opinión de Preston, la expansión de la imaginería franquista también revela algunas controversias: «En los primeros años, después de la Guerra Civil, sus habilidades tenían dos vertientes bastante enlazadas. En política doméstica, intentaba mantener su dominio sobre dos grupos antagónicos, los generales más bien aliadófilos y los falangistas más bien pronazis. Al mismo tiempo, tuvo que bailar entre los aliados occidentales y el Tercer Reich. Con la derrota de Hitler, tuvo que ocultar sus simpatías por Hitler y Mussolini y fingir ser aliado de los Estados Unidos». 

«Para que hubiera reconciliación, primero había que recuperar la memoria histórica»

En El gran manipulador, Preston se cuestiona si no será el legado más duradero de Franco el perpetuar la división de los españoles entre vencedores y vencidos: «La Guerra Civil se acabó en 1939, pero la dictadura mantuvo la división como instrumento de su propia supervivencia», nos dice. «Por eso, el proceso de reconciliación no pudo comenzar hasta muchos años después». Y añade: «La derecha franquista ya había podido llorar y conmemorar sus muertos, aunque siguió con unas creencias que eran fruto de cuarenta años de lavado de cerebro. Los familiares de los republicanos no tenían eso. O sea, para que hubiera reconciliación, primero había que recuperar la memoria histórica». En este punto, el historiador matiza algunas certezas que mantuvo durante la Transición, mientras da a entender a quién culpa del retorno de viejos clichés: «Recuerdo que, en los años ochenta, cuando varios periodistas me preguntaron si esa división sería permanente, yo solía decir que en absoluto, que, lo mismo que pasó con las guerras civiles inglesa o americana, se llegaría a una reconciliación quizás en veinte o treinta años. Algo de ello se puede ver en el sentido de que la mayoría de las siguientes generaciones ya no piensa en esas cosas: lo más importante es llegar a fin de mes. Lo que no preveía era el resurgimiento de creencias franquistas en Vox».

Hay otra dimensión interesante en esa arquitectura narrativa que disecciona Preston, y es la proyección internacional del franquismo. Al preguntarle en qué medida logró Franco mejorar su imagen exterior durante la Guerra fría, contesta: «Uno de los mayores triunfos de Franco fue el éxito con el que borró su pasado pro-Eje y creó la imagen del centinela de Occidente, como una pieza clave en la defensa frente a la amenaza soviética. Esto fue especialmente notorio en el caso en Estados Unidos, donde medios populares como Reader’s Digest alababan a Franco. El resultado actual es que Franco goza de buena prensa dentro de los círculos conservadores, como se puede ver, por ejemplo, en el éxito del reciente libro de Stanley G. Payne y Jesús Palacios [Franco: una biografia personal y politica (Espasa, 2014)] o las obras de Pío Moa».

El gran manipulador también puede leerse como un juego de espejos entre el historiador y su objeto de estudio. Los hechos históricos y el punto de vista de Preston se retroalimentan en la obra, escrita de forma muy amena y con un matiz combativo, sin necesidad de ocultar certezas personales. Hay momentos en que uno se imagina al historiador dirigiéndose a sus lectores más jóvenes. «Espero que pueda ser leído con provecho por no especialistas», comenta. «Sin embargo, viviendo en Gran Bretaña y con relativamente poco contacto con los jóvenes españoles, es difícil que yo emita juicios. Cuando puedo, hago charlas online para colegiales en España, y siempre me sorprende gratamente su grado de interés en temas relacionados con la Guerra Civil y el franquismo. Pero estos encuentros no son representativos y creo que reflejan el trabajo de sus profesores. Por otro lado, un proyecto a largo plazo que tengo con la editorial Debate es la producción de versiones gráficas de algunos libros míos que han tenido una fantástica acogida entre la gente joven. Hasta ahora, hemos hecho el libro sobre la Guerra Civil y otro sobre el bombardeo de Guernica [La Guerra Civil española (2016) y La muerte de Guernica (2017), ambos realizados junto al historietista José Pablo García]. El próximo será precisamente este, El gran manipulador».


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